domingo, 11 de septiembre de 2016

El hombre bueno y la campanilla silvestre

Hubo una vez un hombre bueno, casi perfecto, era  honrado, trabajador, dulce y a ratos aniñado, reflexivo, pensador, caminante de sueños…

Cada mañana al llegar la primavera, dedicaba un paseo a la naturaleza por la vereda de un hermoso río, grande y generoso, disfrutaba del olor a hierba fresca, de los destellos de la luz en el agua, de los colores y sonidos que le brindaba la tierra... Caminaba despacio, observando detenidamente, como queriendo grabar en su retina cada uno de los rincones que descubría.

Uno de ésos días en los que paseaba absorto en sus pensamientos, descubrió una pequeña flor en la que antes nunca había reparado, parecía escondida, pese a estar sola y aislada de otras flores, se erguía sobre su tallo verde esmeralda con fuerza, era una encantadora campanilla silvestre de tonos morados y violetas, el hombre bueno, se enterneció al verla, le pareció que era la flor más bella que había visto nunca, se acercó para olerla y ella se revolvió coqueta, degustó la suavidad de sus pétalos y descubrió bajo sus hojas un pequeño brote que nacía de su tallo, con sus manos en forma de cuenco la regó con agua del río y ella como dando un suspiro se agitó aliviada, desde áquel, día el hombre bueno,  caminaba hasta la flor, para darla de beber y mirarla, perdía la noción del tiempo a su lado...pasaron muchas primaveras, el pequeño brote crecía y ella también gracias al agua del río que el hombre bueno hacía llegar hasta sus raíces, a él le parecía que incluso la flor sonreía cuando le veía llegar y seguramente así era.

Pero tras una de ésas luminosas primaveras y cálidos veranos, llegó un invierno especialmente crudo con lluvias torrenciales y un frío helador, que calaba hasta el alma, había días en que era difícil salir a caminar, fué en uno de ésos días violentos, cuando la crecida del río se hizo tan intensa que se llevó a la campanilla silvestre entre sus aguas, arrastrando con ella a su pequeño brote…

El hombre bueno al llegar aquella mañana junto a su flor, no podía creerlo, lloró, se lamentó de haberla perdido, se desesperó, se sintió culpable por no haberla salvado de la crecida y odió al río con todas sus fuerzas, tanto que cambió su rumbo y se alejó, buscando nuevos caminos. Entre los bosques, escudriñaba cada rincón en  pos de su campanilla silvestre, con la esperanza de que hubiese rebrotado en otra tierra, añoraba el color de la bella flor, la caricia en sus manos al tocarla, extrañaba incluso al pequeño brote que nacía de ella y se atormentaba pensando cuál habría sido su destino…

Un hermoso día de verano, en uno de sus paseos durante la búsqueda incesante, apareció una mariposa con grandes alas violetas, salpicadas por destellos plateados, la mariposa coqueta, revoloteaba  alrededor del hombre bueno, al verla sintió cómo su corazón saltaba en el pecho, había reconocido el color de su flor en ella, pero como las mariposas juegan todo el tiempo, el hombre bueno, tuvo que correr tras ella para poder disfrutar de su compañía, de repente era un niño, saltando detrás de cada aleteo hacia el cielo que impulsaba la mariposa, para finalmente dejarse caer extenuado y rendido después de horas persiguiéndola.

La mariposa de alas violetas con destellos plateados, seguía revoloteando a su alrededor provocándolo con cada aleteo e ignorando su cansancio.

El hombre bueno, sonreía, lo hacía todo el tiempo, incluso estando agotado, ésta vez se abandonó a su sueño, lo dejó todo por estar junto a ella, hizo del bosque su hogar y de su campanilla silvestre, ahora convertida en mariposa de alas violetas, su compañera para siempre...nunca otra crecida, vendaval o tormenta se llevaría nunca lo que más amaba.

Fué entonces, cuando el hombre bueno, se perdonó y aprendió a volar.




BLo (Santiago de Compostela 2016)


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