El armario donde acababa de
encerrar a su muñeca, era gigantesco, de madera vieja y con olor a
rancio, oscuro, con adornos retorcidos en la altura y grotescas
llaves para sus ajadas cerraduras, siempre lo había mirado hacia
arriba, con la perspectiva de un enano, treinta y cinco años
después, se sentía tan diminuto como entonces cuando lo observaba.
Sintió como los músculos de
su cara se tensaban recordando cuántas veces se había encerrado
acurrucado y abrazando a su muñeca en aquel espacio tan suyo, mientras
en sus oídos, retumababan sin descanso, los gritos de los niños del
barrio transformados en cantinela:
-Miguel es una niñaza, juega
con muñecas, Miguel es una florecita...muy delicada.
BLo 2017
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