Te quiero, mamá...
Cada nota que escribía a su hijo adolescente, comenzaba así, siempre pensó que palabras tan
importantes no podían dejarse para el final ni permitir que sonasen a despedida.
La vorágine diaria no les permitía compartir demasiado tiempo así que, ella cada mañana, antes de
salir a trabajar, regaba de notitas de colores la mesa de la cocina, que él mientras desayunaba en
la soledad de cada despertar, leía entre bostezos: " Que tengas un buen día", " Te dejo la comida
en el frigorífico, "come bien", "Por favor, no te olvides de poner la secadora cuando llegues", notas
que siempre comenzaban con un "Te quiero, mamá".
Aquel día, se le atragantaron las magdalenas, se le encharcaron los ojos cuando descubrió el
amanecer y su soledad a tavés de la ventana de la cocina y el reflejo de las notas de colores en el
cristal.
Entonces y por primera vez, él también dejó una nota: "Yo también te quiero mamá"
BLo (Santiago de Compostela 2016)